Artículos y ensayos sobre Vicente Gerbasi

Ensayo de Humberto Díaz Casanueva.
Publicado en la revista Viernes, abril 1940, cuando Gerbasi tenía 26 años de edad.

Poesía venezolana: Vicente Gerbasi en "Bosque Doliente"

Encuentro en Gerbasi uno de los poetas más esenciales y mejor dotados de la actual lírica venezolana, poseedor de un sentido poético muy sutil y rico en impregnación musical, apto casi siempre para alcanzar la "transparencia de la forma" sin artificialismos ni acrobacias de ninguna especie. Es un poeta sustancial, medular, dominado por un soplo, una tendencia psíquica central que lo hace superar fácilmente toda creación desarticulada y toda multiplicidad caprichosa, y que seguramente irá ahondando a lo largo de su carrera poética hasta lograr su propio dominio espiritual dentro de la esencialidad y lucidez intuitiva que le son peculiares. Podemos señalar en muy claramente lo portentoso de la lógica poética pura, de la lógica de la afectividad que ya habla entrevisto en su tiempo el magnífico Ribot. Es decir, un movimiento musical y apasionado brota de su alma sin violencias ni desbordes y este movimiento que se desenvuelve a manera de espiral lenta y de melodioso efecto suscita las metáforas, las alusiones, las cadencias, las tintas pálidas y vagas, las previsiones esfumadas, los balbuceos, las corrientes magnéticas. Tal movimiento es de ascensión, de vuelo platónico casi siempre con ligeras inclinaciones ora cristianas, ora naturalistas-panteístas, sin que el poeta todavía logre darnos su plena concepción espiritual, lo que sólo ha de suceder cuando su experiencia interior se ahonde y se acomode ala expresión. Las cosas mortales lo entraban para que este vuelo se cumpla en toda su pureza y obtenga la transfiguración y el poeta se debate entre diversas tendencias espirituales. Pero consigue Gerbasi lo que caracteriza primordialmente aun poeta: la atmósfera. Dentro de su atmósfera obtiene palpitaciones, huellas, centelleos de unabelleza enigmática y serena.

Para este hombre el mundo gira en círculos y mezcla muchas veces su corazón a la danza del mundo, pero prefiere la actitud contemplativa, dominado por una mágica hermandad con las cosas y los seres que pasan a su lado un poco descarnados y susurrantes y prontos al hechizo. Es un mundo con velos el de Gerbasi, con vapores densos, un mundo pálido y pensativo, hijo de la música romántica. Por ello sus imágenes se adelgazan hasta una línea expirante sin límite plástico ni consistencia. El poeta "ve pasar las aldeas", siente cómo "los días se mueven en el canto de las aves" y se define a si mismo como "el que mira pasar el invierno". Actitud contemplativa que es al mismo tiempo una actitud crepuscular. Pero bien sabemos que hay dos crepúsculos: el del alba y el que precede a la noche. Gerbasi no cultiva el terror ni se hiere a la media noche asediado por los espectros o por el misterio acerbo. No vive junto al muro. Su poesía tiene un ámbito prolongado y libre, de lontananzas calladas. Tiende a una soledad para conseguir el desgarramiento místico, pero jamás se exacerba, por el contrario, su sentido de la armonía y su mitología natural lo salvan continuamente. El poeta avanza con los ojos muy abiertos y su paso, como el paso de todos los auténticos, es sonámbulo, quiere encontrar un refugio astral. Sin embargo, tal exploración nostálgica y ardiente no concluye en el dolor sino en la ternura. Sus apariciones no constituyen el asalto de visiones dominadoras sino que golpean a su conciencia como suaves visitaciones, pasos angélicos, voces descoloridas. Pero este poeta "no pierde el mundo" ni resplandece solamente en la belleza abstracta. Hay muchos elementos vitales en su poesía que ojalá algún día sepa acogerlos con respeto. La naturaleza está siempre como un símbolo inmediato aunque el paisaje vital de sus selvas ardientes venezolanas se haya trocado en un paisaje desvanecido y otoñal. A veces su verso surge desmayado en su evocación panteísta como si brotara de un niño o de un convalesciente. Tiene la gracia del paisaje infantil y el gozo "adolorido" de la convalecencia. De ahí que su poesía tenga más cadencia que colorido. De ahí que el poeta no contemple sino que evoque y su lirismo tenga más melancolía que pasión. La claridad que su alma destella es siempre trémula. Tal claridad la muestra remotamente un "reposo mágico", como él dice. Expresión singular y muy justa que se aviene con la aspiración central del poeta salvándolo del idealismo poético absoluto. Reposa en el espíritu, en las analogías de sus estados de alma con el paisaje. Un paisaje que la débil mano del niño ordenó mágicamente y cuya reminiscencia lo embarga siempre. No hay duda de que esta poesía está llena de evocaciones místicas y de alusiones al misterio divino, de tentativas por alcanzar un conocimiento suprasensible. Pero si algún éxtasis existe, sólo puede cumplirse en la naturaleza —aquella naturaleza de los "primitivos" más que la de Lucrecio. Por ello nos recuerda particularmente algunos poemas de Swinburne.

Acierta el poeta cuando menciona el bosque como símbolo de su poesía. Ella es realmente un bosque de sueños que está colocado entre la tierra y el cielo, un bosque musical y misterioso en que el alma anda errante y triste y jubilosa buscando la gracia en la sombra que no es enemiga sino que amiga. Nos habla del bosque más que de la selva. En el plano poético especialmente el bosque es más puro que la selva, su sortilegio está ya dominado por el espíritu mientras que la selva se encuentra lleno de humus, terrores, genios elementales. El enigma del bosque no es tenebroso, la música lo corona como si fuera el sitio de la revelación. El enigma de la selva suscita las potencias de la muerte y del mal, los presagios impuros, la tierra extraña y caótica, la morada de los demonios. Tal símbolo central que ha sido elegido con toda la sinceridad de quien escucha sus propios secretos suscita desgraciadamente metáforas y símbolos "literarios". Quiero citar los siguientes: "lirios, estanques, fontanas, nácar, éter, vergeles, laúdes". Dichos vocablos que transitan aun entre nosotros como resonancias de un modernismo amanerado han de ir lentamente desapareciendo de la poesía sudamericana. Ellos, en este caso constituyen una decoración vana y superflua. El bosque como potencia sugestiva, como fusión de silencio y de infinito quiere posiblemente Gerbasi hacerle irreal, para conseguir la ansiada abstracción. Pero el camino es diferente, Ha de elegir lo primitivo más que lo suntuoso. No hay duda de que este "idealismo" de Gerbasi lo señala como un hombre sin raíces, ajeno a su tierra. Ello es verdad dolorosa por ahora. A veces su poesía nos recuerda viejos y dulces frescos italianos de algún convento situado en las cercanías de Florencia. Pero no nos recuerda nunca este continente "del primer día de la creacíón". Entiéndase bien que no queremos reprocharle a Gerbasi que no nos hable de los mulatos y de las guitarras y los mangos y el petróleo. Muchas veces hemos declarado que esta poesía espantosamente "criolla" es falsa y empalagosa. Aspiramos a una poesía profunda, interior, en que nuestra tierra esté no en la apariencia sino en el ser denso y eterno, una poesía que mediante un ejercicio radiográfico nos muestre la entraña cruzada de nuestros secretos. La conseguiremos algún día? Vuelvo a repetir: el idealismo de Gerbasi es sincero, sin artificios, es la expresión de su subjetivismo y por ello lo considero, aunque no puedo compartirlo porque defiendo tercamente un realismo poético. Necesitamos la aproximación más que la fuga. .

Pero ya en este libro alcanzamos en numerosas ocasiones a comprobar un irrefrenable impulso a concederle a la realidad vital intervención poética. Entonces su lenguaje se torna austero, trágico, lleno de violento simbolismo. Así el hermoso verso:

"Quien espera la muerte, de abejas rumorosas
circuido, un libro de fábulas leyendo?
···   ···    ···    ···    ···    ···    ···    ···    ···    ···
Siento que me recuerdan y que alguien me olvida
y que un retrato mira mi retrato en la sombra.
···   ···    ···    ···    ···    ···    ···    ···    ···    ···
¿En qué pozo del tiempo se mira mi destino?"

Fácilmente podemos constatar que el poeta adquiere mayor densidad y su acento se torna más profundo cuando deja reposar el gran lirio simbólico y se interna en la existencia terrenal. Entonces bucea en la raíz de la vida y del mundo como un discípulo de aquellos místicos primitivos nórdicos, el zapatero Boheme o Ruysbroeck, el admirable. Su bosque se puebla de sombra como el bosque del poeta inglés Sharp, pero el rostro pálido, imperecedero que lo contempla en la sombra es un rostro tranquilo y dulce. Gerbasi está siempre lleno de "alondras, claros manantiales" "inocentes aguas" "sencillas alturas", "tenues sombras". Hasta la muerte es de mármol, es decir, fría, pero clara, expuesta a la luz. De donde se desprende que un temperamento natural e instintivo como lo hallamos en Gerbasi no puede traicionar su elemental actitud ante la vida, su sentimiento metafísico que maneja su existencia poética conduciéndolo a la valoración y elección de materiales y de símbolos. He leído en algún comentarista la afirmación del misticismo de Gerbasi. Habría que aclarar esta filiación con mucho cuidado. No hay duda de que su impulso lírico es místico —parecido al impulso de aquellos cristianos mágicos de la naturaleza—. Entiéndase bien, su impulso, su actitud, su misterio. Es decir, aquellos valores espirituales que se manifiestan de modo inconsciente sin que alcancen todavía a revelar determinada divinidad. El problema de la mística en la poesía moderna es complicadísimo como bien lo hace sentir Maritain. Recordemos, además, que es falsa la identificación exclusiva de lo místico con lo cristiano. Hay una mística pagana, otra panteística, otra hindú, otra teosófica. La calidad de la mística está ligada sin embargo a la calidad y dirección de la vida irracional del poeta más que a la conciencia de determinada divinidad o re'igión. De ahí que presenciamos casos tan curiosos como un Claudel, poeta católico que no alcanza a darnos realmente la emoción mística y un Rilke poeta sin confesión que nos da siempre dicha emoción. Gerbasi al hablarnos diez veces de Dios (con mayúscula) a través de sus versos, se manifiesta extrañamente antinatural, fingido. Nos recuerda otro caso parecido que se presenta en la poesía de otro gran poeta venezolano, Luis Fernando Alvarez. Cuando ambos poetas toman el símbolo o ideal poético Dios o muerte, estas palabras y los versos en que ellas se alojan son obsesiones en que lo consciente —es decir, la idea lógica que los poetas tienen— inhibe el fluir de los sentimentos poéticos y de las figuras simbólicas. Ni el Dios ni la Muerte de que ellos hablan corresponden casualmente al dios ya la muerte que como fuerzas obscuras, irrevelables, aun no maduradas, están en las raíces de su poesía. Rilke conoció y sufrió este problema y pudorosamente en su "libro de la vida monacal" no nombra a "aquel"' - que busca con un ardor menos doloroso que Nietzche buscando a su "dios desconocido". Hay tantos dioses y tantas muertes. Cuál es el dios y cuál es la muerte que andamos revelando en nuestro tiempo? La reflexión de los metafísicos puede coincidir con la intuición de los poetas y de los artistas. Pero aún se requiere mayor intensidad en la experiencia interna para que adquiramos la plenitud de esta angustia. Aunque también se dice que los poetas se anticipan. Maravilloso problema es éste de la poética actual que no podemos ahondar en esta nota leve.

Quiero decir nuevamente que Gerbasi proyecta sobre la poesía venezolana una luz singular. Su poesía es la expresión del poeta "inspirado" que es difícil encontrar en nuestros tiempos en que el poeta conversa tan a menudo con Monsleur Teste. Estaremos atentos a la maduración de su poesía, a los peligros que ella contiene, a la forma creciente en que ha de acoger el misterio de la naturaleza y de su vida interior y también al modo cómo ha de realizar el don terrenal en su intimidad tan rica y sensible y lúcida.