Prólogo de Ignacio Irribaren Borges "Mi Padre el Inmigrante" en la edición de Monte Avila 1986


ON ESTE largo poema, publicado en 1945, Gerbasi alcanza su madurez creativa. Se sabía ya dueño de un estilo y en posesión de un lenguaje poético que le permitía acometer una empresa de mayor vuelo, la cual, sin embargo, no habría de realizar sino a costa de un trabajo prolongado y tenaz
En Mi padre, el inmigrante se pueden observar varias dimensiones:
Primero es el acontecer familiar de la relación del poeta con su padre, el inmigrante italiano, que junto con su esposa viene a América, funda una familia y participa de la vida, del trabajo y de las vicisitudes de nuestro país y; alfin, después de una vida útil, descansa bajo la tierra roja de Canoabo.
El sentimiento inmediato no es un buen estímulo poético. Es menester la decantación, que sólo se logra mediante una separación conveniente que propicia la meditación. Cantar la emoción al mismo tiempo que se experimenta, o el sentimiento intenso hacia un ser querido, es casi irrealizable para el poeta.
Todo arte supone una elaboración artificiosa, es decir, la escogencia calculada de unos medios y de una expresión. La expresión artística es, precisamente, producto del delicado equilibrio entre el sentimiento sublimado y la técnica, el cual no podría lograrse cuando el artista se halle dominado por una actitud emocional, o en el caso de que, por el contrario, tan sólo dispusiera de una fría artificiosidad, por más depurada que fuese.
Por estas razones, no es nada común un poema logrado sobre el hijo, la amante, el padre, y es éste un mérito más, nada insignificante, de Mi padre, el inmigrante. El acendrado amor y la compasión se sublimaron en el recuerdo para permitir al poeta la elaboración de este gran canto a la naturaleza americana y al que en ella quiso venir a vivir y morir .
Por lo que respecta al sentimiento del poeta, Mi padre, el inmigrante tiene un antecedente inmediato en el texto "El sueno del viejo", uno de los Poemas de la noche y de la tierra (1943). Es un poema de una honda ternura que se refleja en la cadencia rítmica de sus alejandrinos y en la tenue delicadeza del sueno y los recuerdos. Aún no está presente la obsesión de la muerte, pero ya podemos descubrir la asociación de esta idea con el recuerdo del padre. Después de una vida azarosa, el Viejo se ha dormido, mas sus sueños acompañan al poeta en su tristeza y flotan en el misterio de la noche como una extraña interrogación.
Más tarde, el poeta en su madurez sentirá la rebelión del viajero que "deambulaba en su propio drama..." "huyendo a través de las sombras...". "como aquel que se debate en su sueño anónimo y sombrío" (XXII) y exclamará estremecido:

Reclamad, gritando hacia el abismo,
el mirar interior que hacia la muerte
avanza...
... ... ...
Llamad, llamad, vuestro rostro perdido
a orillas de la gran sombra! (II).

De pronto, el protagonista del poema se convierte en la figura del inquieto europeo, del emigrante del Viejo Mundo que trae al Nuevo el peso y la fortuna de su cultura junto con el denuedo y el esfuerzo del fundador de las nuevas razas.
El hijo puede penetrar su secreto y saber que son muy distintos sus motivos de aquellos que impulsaron a los anteriores europeos, los de las carabelas, a venir a América. El inmigrante pierde en la nostalgia sus olivos y sus villas y la trabajada pobreza de su aldea para buscar, por los caminos de la aventura y de la angustia, al hombre y la tierra nuevos. Quiere poblar ésta con mitos que él sabrá encontrar en lo que ella le ofrece.

Yo me estaré contigo adorando tus peñas
que en la penumbra tienen rostros de nuevos dioses (XV).

Este "aventurero terrestre de barbas seculares ", un hombre humano y solo, viene "de la guerra, del llanto y de la cruz ", ha huido "de los puertos, de las casas oscuras ", y con humildad suplica a América:

¡Ampárame, oh tierra maravillosa! (XV).

Es un hombre el que viene, no un guerrero de pulidos aceros, un hombre con "una hora en las tabernas... junto al marinero, y al beodo, y al abandonado, y al triste, y junto a la prostituta que lucha con su corazón y sus recuerdos. ..", "y siempre ama con su extraño corazón "; un hombre que implora a los hombres de América:

Esperad, esperad al hombre.
No lo rechacéis, guardadle bien, que es vuestro hijo... (XXI).

y que en la nueva tierra sólo aspira a decir:

Aquí yo vivo, aquí yo soy el hombre (XIX).

Cada vez que leo estos versos veo de nuevo a don Antonio Rotondaro recorrer las calles de la Valencia de mi infancia. Otro mediterráneo, quiso él también ser hijo de esta tierra, a la cual todos los días, al despertar, besaba, reverente, en testimonio de amor y gratitud.
Yo creo que los años, tal como él lo anunciara, no han hecho sino confirmar lo que dijo Juan Liscano en su prólogo a la segunda edición de Mi padre, el inmigranteI reproducido en el Apéndice de esta nueva edición: "En este poema culmina y alcanza su más alta expresión la tentativa poética del Grupo Viernes".
El poeta canta a la tierra americana que su Padre, el inmigrante, le enseñó a amar y hacia donde quiso viniera de la noche. En toda la ancha tierra, el hijo encuentra a quien le enseñó las palabras "hierro, pan, campana", y de quien recibió los dioses, los sueños, las resinas, y su verso se eleva en un gran canto a América, cuyos bosqes han de poblar los nuevos mitos, y al hombre de la nueva raza, que ha de amalgamar las culturas hasta encontrar la propia.
Mi padre, el inmigrante no es un poema sensillo; por el contrario, el planteamiento de sus diversos temas, los cuales, además, se entrecruzan y superponen a lo largo de los treinta cantos, hace difícil y compleja su comprensión. Continuemos, pues, la tarea de señalar otros aspectos, además de los ya indicados.
Junto con su carga de leyendas, el inmigrante trajo consigo, en su condición de hombre, todas las angustias de tránsito existencial. "Cuando tú, venías, venías hacia la muerte " (VIII), le dice el hijo.
Este fue también el heredero de su universal angustia, la de todos los hombres:

Relámpago extasiado entre dos noches
... ... ...
Sueño frente a la sombra: eso somos.

También del padre le vinieron la soledad de sus recuerdos y de sus calladas sombras. y el poeta, sobrecogido ante el tiempo, prisionero del espacio, responde al alarido de la desesperación humana:

Pero aquí estoy debatiéndome con sangre, imagen y lamento,
recogido en mi gesto como habitante que sale de la noche (XI),

Como quien sale de la noche en tránsito para regresar a la noche, el poeta espera la muerte desde un reloj de piedra: la muerte que envió al silencio a su padre, y el fuego de la sangre, el llanto en la memoria, y la mano sobre el hombro y "todo queda cerrado por anillos de sombra " (II).
Desde un reloj de piedra, de arena, desde el resbaladizo paso de su tiempo, de su vida, el poeta espera y oye el mandato de la tierra, "que es el existir" (IV).

No se detiene nunca la caída.
Yo me desangro, no el cristal, el rito
de decantar la arena es infinito y con la arena se nos va la vida.
Lo mismo que su padre, de quien le vienen el afán y las palabras, el poeta busca en los hijos, "que lo llaman en las horas. ..", "Mis huellas que me siguen en la tierra. Mis huellas que me vienen de tu vida, Padre de mi pesadumbre... " (XXV).
Desde sus comienzos, el hombre europeo, para entonces circunscrito al Mediterráneo, tomó figura en el viajero Ulises condenado por los dioses a vagar incesantemente. Los peligros aguzaron su natural ingenio y su voluntad se hizo más fuerte, al mismo tiempo que la inteligencia recogía el fruto de las múltiples experiencias del camino. Cuando al fin la Diosa le permitió regresar a su casa, Ulises era otro muy distinto de aquel que partió con la legión de héroes que Agamenón y Menelao condujeron a la Guerra de Troya. Los viajes habían enseñado al primer europeo el destino de la universalidad.
También los griegos nos contaron que el padre de la raza humana, Prometeo, se rebeló contra los dioses y les arrebató el fuego para iluminar el alma de sus criaturas. Por ello fue castigado severamente por Zeus.
Entre las treinta y seis posibles situaciones dramáticas señaladas por Goethe, el primer lugar lo ocupa la rebelión prometeica del hombre contra la muerte. El viajero Ulises no es, en el fondo, sino el gran rebelde contra las fuerzas que lo condenan a vagar sin rumbo, hacia el olvido.

* * *
Como ya lo hemos anotado, Gerbasi canta en su poema a la naturaleza americana, a su fauna, su flora, sus accidentes geográficos. Pero esto no nos autoriza a afirmar que se trata de una poesía telúrica, es decir, de una mera actitud de contemplación y admiración ante la naturaleza y sus pobladores. La naturaleza constituye un elemento de un conjunto que también encierra a los hombres y sus ideas así como el contraste entre los objetivos de los dos mundos. El destino incierto del hombre, limitado por el exiguo tiempo con que cuenta para realizarse, en constante lucha contra el olvido. El inmigrante que abandona el encantado ambiente de su aldea viene a América, atomentado por la soledad y asediado por el olvido. La nueva tierra le ofrece el amplio camino de lo no realizado aún:

Destruye tus venablos contra el sol,
haz que tu cuerpo sangre sobre la roca oscura,
y entrégate a las llamas que surgen de las huellas,
de la pira que América enciende noche y día
al pie de la visión abismal de sus héroes.
(XX).
En ninguna de las partes del poema en que cobra mayor fuerza (VIII, X, XV y especialmente XVI, XIX y XX), la naturaleza llega a adquirir una realidad despojada de ideas, mitos o sentimientos. Los animales, las plantas, los ríos, la noche perfumada y caliente encarnan los significados que el artista les confía en función de la gran sinfonía que compone su pluma.
Uno de los más hermosos fragmentos de la obra, aquel que se refiere al asentamiento del viajero en el sitio escogido, comienza en el Canto XVI con la figura de la ondulación, del movimiento que lo va conduciendo hacia lo que buscaba. El ondular del día, de los árboles, en la noche; sobre la tierra roja, entre los animales y los ríos, le lleva hacia los hombres que bailan y tocan las guitarrasc que resuenan en la sombra del corazón. Encuentra su gente, y con ella se lanza a la nueva aventura de la guerra civil.
La sequía asola los campos y da muerte a los campesinos sobre la hierba seca. El viajero ha de continuar buscando el regreso hacia los días y las noches, hacia el sitio que le señalaba su esperanza (XVIII).
También aquí, como en cualquiera de los otros cantos, la naturaleza representa los estados anímicos. El lenguaje del poeta le confiere los valores que ha menester el sentido de su creación.
En la poesía que podríamos definir como telúrica, la naturaleza se identifica con los estados del ánimo. las sensaciones, las vivencias de quien la contempla y canta.
Así, por ejemplo, en la Silva Criolla, la mañana llanera, con su despertar de garzas y el inicio de la diurna carrera del sol, hace nacer en el poeta nuevas fuerzas y aviva en él la esperanza de un mejor futuro. La quema, por el contrario, que destruye la vida y el alimento, deprime su espíritu y lo sumerge en el pesimismo. La. copla que flota en el aire de la sabana alimenta la melancolía; las lluvias de la primavera reverdecen el alma y la hierba de la llanura.
La famosa división de Schiller entre poesía ingenua y poesía sentimental podría aclararnos bastante estos conceptos.
El poeta telúrico correspondería al ingenuo de Schiller, cuya poesía es naturaleza, "obedece a la simple naturaleza ya la sensibilidad y se limita a la mera imitación de la realidad". El poeta ingenuo deja que " la naturaleza impere en él. sin restricción.
De manera diferente, el poeta sentimental busca la naturaleza, reflexiona "sobre la impresión que los objetos producen en él y sólo en esta reflexión se basa la emoción que de él se apodera y que nos transmite. El objeto es referido aquí a una idea y sólo en esta relación se basa su fuerza poética". "La poesía sentimental es el producto de la abstracclon"
Gerbasi se pregunta:

¿Quién me llama, quién me enciende ojos de leopardo
en la noche de los tamarindos? (XVI).

La noche de los tamarindos, en el susurrante y movible encaje de las hojas de los tamarindos, viene a existlr en este momento poético como expresión del silencio, de la muerte, de la nada. Ante ella. la existencia a solas se encuentra con el misterio de las sombras por donde corren animales sin cabeza. El poeta podrá escoger a su antojo entre esta noche de la muerte y la "noche cotidiana", la que no es noche aún, y va "despertando las flores en valles taciturnos, refrescando el regazo del agua en la montaña", "mientras la eternidad. ..avanza silenciosa por prados siderales".
La noche, como todo el resto de la naturaleza, ha adquirido los varios significados que el poeta necesita para sus versos. De estos hechos surge una serie entretejida de relaciones que convierten a la naturaleza en materia moldeable. Sin solución de continuidad, las cosas aparecen con significados diversos, derivados de los distintos planos o relaciones en que el poeta las coloca. No se trata sólo de metáforas, concebidas por la combinación de las impresiones sensoriales, como, por ejemplo, color del movimiento, melodía de las piedras, color de la soledad, etc.; nos encontramos más bien en presencia de planos de conocimientos sucesivos. Así, se alude a una cosa a través de la impresión sensorial producida por su forma o color, para luego emplazarla en un sentido mítico, tradicional, o inventado para el caso por el poeta, y de seguidas se le atribuye el sentimiento que nos despierta o su relación simbólica con el drama del hombre.
Todo esto, lo cual constituye una de las principales características de la poesía gerbasiana y el aspecto esencial de su lenguaje, se puede observar a cabalidad en los dos primeros cantos de Mi padre, el inmigrante.
Las imágenes del poeta van más allá de las representaciones que usualmente se dan a las cosas. Su noche no es la noche del alma de San Juan de la Cruz, ni una representación simbólica de la muerte. Es la muerte, la nada. Recordemos el anhelo de Juan Ramón Jiniénez:

Inteligencia, dame el nombre exacto qe las cosas.
... ... ...

Que mi palabra sea
la cosa misma
creada por mi alma nuevamente.

En conclusión. podríamos decir que este poema canta a América y sus gentes, pero no a través del telurismo de su naturaleza, de su realidad material, sino como nuevo escenario de la angustia y la lucha del hombre universal. Ulises y Prometeo vuelven a la raíz humana de su agónico existir. Los mitos adquieren nuevas formas en la tierra nueva donde convergen las culturas y en la cual continuará la vida que viene de la noche y hacia la noche se dirige.
IGNACIO IRIBARREN BORGES